domingo, 16 de mayo de 2010

Tiempo

Eso, una puta mandarina del orto: eso es el tiempo. Una mandarina de mierda, que se acaba antes de que puedas pensar en ella. Se te queda atragantado en el esófago, inundándolo de toxinas.
Es una creación colectiva, un pacto entre dioses de todas las religiones para joder al ser humano. Porque los dioses son macabros: se divierten con nuestro dolor. Se cagan de la risa, los hijos de puta. Somos sus muñequitos de arcilla, su teatro de títeres. Por eso es que la vida es un inmenso dolor, con pequeñas gotas de alegría, cada tanto.
Bueno, yo tengo algo que decirle a los dioses: me chupan todos la pija, señores. Es hora de despertar a los titanes para que, guiados por Prometeo, nos lleven hasta el olimpo. Y ahí sí: la que se va a armar…

jueves, 22 de abril de 2010

bonita bombona hermosa

Tus ojos me miran,
Derritiendo los hielos polares
Tu piel es azúcar de otra galaxia
Cada beso un paraíso, una vida, un universo
Tus gestos ya descansan dentro mío

Mis manos recorren
El plano astral de tu espalda,
Buscando como leones con 100 bocas
El secreto del universo
Pero en realidad no les importa demasiado si no lo encuentran
Porque el hecho de pasear por tu espalda
Es hermoso en sí mismo

Y tu voz…
Tu voz también parece que viene de otro planeta
Es como una caricia que ronronea
(me hace acordar al sol)

Y tu pelo… aaaaah; ¿Cómo explicarte?
Imaginate que los dedos de las personas tuvieran vida propia, independiente del cuerpo…
Bueno; tu pelo vendría a ser como una “droga para dedos”
(la mejor, y la más hermosa)

A veces se me ocurre
Que el paisaje de tu cuerpo es ilimitado
Que por más que lo explore y lo recorra 50.000 veces…
Siempre voy a encontrar lugarcitos
(que nunca antes había notado)

Ojalá nunca se apague tu fuego

viernes, 12 de marzo de 2010

Injusticia en el mundo de los cafeses

Entro como flotando, apenas rozando la tierra (como quien intenta preservar intacta la belleza de sus zapatos) en este mundo que tan poco frecuentamos.
Tomo a la noche en mis brazos y me la ato al cuello con un nudo de estrellas. Usándola como una capa, cubro todo mi cuerpo con ella. Todo menos la cabeza. Y el cuello.
Me reciben las luces, coagulando la corteza de los árboles. Se que su intención es buena, pero mis pupilas tardan en acostumbrarse al centelleo de tantas sonrisas.
Inutilizando el ruido como quien omite comunicar el detalle que podría inutilizar por siempre las bombas atómicas, me decís,
-Entremos. Da lo mismo, todos son iguales.
-Entremos, pero con la única condición de que aceptes que no da lo mismo, y que no todos son iguales...
Clavas las suelas de tus botas en la baldosa, te cruzas de brazos, revoleas los ojos, resoplas (provocando la elevación de uno de tus propios mechones de pelo), y me decís,
-Esta bien.
Entramos. Nos atendió un señor con bigotes de marfil y traje acristalado. Tenía los ojos grasientos como de lombriz y cara de hacer muy mal su trabajo.
-No seas prejuicioso. Probemos, a ver que pasa –me dijiste. Ordenamos, y el camarero se retiro bailando y cantando al compás de una salsa criolla.
Nuestras lenguas se desprendieron, imposibilitando todo sonido. Esperamos contentos, observando como las parejas a nuestro alrededor batían sus alas como pequeños cangrejos intentando demostrarse su amor, mirándonos a través de las diferencias, charlando en silencio. Tus ojos de abejita brillaban como la calma de la luna. Volvió el camarero. Le habíamos pedido una sopa para dos, pero nos trajo un mosquito muerto. Mi pelo se crispo. Volvimos a colocarnos nuestras lenguas en sus lugares y me dijiste, “Una más. Si lo vuelve a hacer mal, nos vamos”. Pedimos helado y brochettes de salmón y grillo.
Esta vez, el dialogo, aunque ya no mudo, fue diferente. Algo en el ambiente hizo que estableciéramos una conexión perfecta. Las demás parejas nos miraban, envidiándonos con sus ojos y sus peinados caros.
De tanto brillar, casi nos convertimos en estrellas. Inundados de nuestros propios cariños, apenas notamos cuando volvió el camarero con dos tazitas de te. Parecíamos un teléfono y una computadora. Nuestras mentes se abrieron como libros.
Pero cuando me fui a nutrir con tus últimas páginas, bordadas con letras doradas y decoradas con los más finos trazos renacentistas, cerraste tus tapas en mi cara y volviste al estante polvoriento, junto con los demás aburridos y musgosos libros.
Me tome las dos tazas.

lunes, 22 de febrero de 2010

No es el caso que p

A veces, lo que sale de su cuerpo es azul
A veces, “no es el caso que p”

Y si la luna no muriera a cada segundo,
Yo podría decir que su boca cura todas mis heridas, y mueve al mundo
Pero, “no es el caso que p”

Los pájaros envidian la melodía de su voz
Que endulza los mediodías como el sol dorado de las tardes de verano

Y las flores envidian su piel, que es como un manto para los indefensos,
Y para todos aquellos a quienes el mundo ha dejado la piel dura y rasposa
Pero “no es el caso que p”

Sus ojos podrían ser un refugio contra la oscuridad (y los fantasmas grises y rojo sangre)
Suaves, poderosos como el zumbido de una abeja
O las líneas de los tigres
Pero, “no es el caso que p”

A veces se asfixian las margaritas, y el sol canta tangos
Todo se deshace en los dedos como pajaritos de papel mashé o árboles de miga de pan
(“necesariamente p”)

Y cada vez que llueve, cada gota de lluvia es una luna en miniatura
Plateada… fría… indestructible…
(“p y solo p”)

A veces las abejas ven borroso
Tienen miedo y no cazan, ni hacen su miel
Tienen miedo de unos dioses gigantes que modifican la naturaleza a su antojo

Saquean sus colmenas, imponiéndoles tributos por existir y estar vivas
Y pueden matarlas (si así lo desean), de considerarlas innecesarias
(“p. Luego, p”)

No obstante, si uno nadara en los mares de sus cabellos,
Probablemente encontrara esa luz dorada,
Hija del sol (que “se le parece”, pero que claramente “no es”),
Que con tanto empeño buscan los budistas

O uno podría perderse en la selva de sus caricias, miradas y pasión…
Y encontrarse con que cada árbol es fuego de Marte disfrazado
Y cada lago es caramelo de flan
Pero “no es el caso que p”

Uno le diría, entonces, las cosas más dulces al oído
Sin pedir tributo, contento solamente de ver dibujarse una sonrisa
En sus labios de frambuesa
Y en sus ojos
Y se desprendería de todos sus bienes materiales, quedando desnudo en el mundo…

Deseando que eso fuese suficiente para que ella lo abrase y no deje de abrasarlo eternamente
Como a un osito de felpa
Y que su abraso alcance para extinguir al frío
(pero “no es el caso que p”)

p y no-p